Camino de casa (Relato propio)



Desde el camino aún podía ver a lo lejos a mi abuela con la mano levantada despidiéndose de mí. La visita no había sido demasiado larga pues ella todavía estaba delicada y se cansaba con facilidad.
Ahora tendría que apurar el paso si no me quería ver sorprendida por la noche rumbo a casa, y más habría de correr si mi único camino era el del bosque. En esta zona de Massachusetts oscurece muy pronto vencido ya el otoño. Y el sol estaba a punto de atrincherarse tras la maraña de los árboles. Debería haber salido antes.
Cuanto más me adentraba en el bosque algo me decía que debería echar a correr sin parar, que ese gran silencio que inundaba el lugar no era buena señal. Pero yo me detuve, esperando que ocurriese algo.
Y entonces llegó hasta mí el susurro de una voz lejana que volaba con el viento. Era una voz dulce que pronunciaba mi nombre como jamás antes lo habían pronunciado.
A la izquierda del camino descubrí un sendero que no había visto antes, un sendero estrecho a punto de ser vencido por la maleza. Juraría que hacía mucho tiempo que nadie lo había cruzado, pues no se veía pisada alguna. La voz que susurra cada vez se escuchaba mejor. No me había equivocado, era mi nombre…
A mitad del sendero apareció, medio oculto tras un árbol, de repente un cartel que decía: “La casa”. Las letras se habían borrado y no se entendía nada más. Eso sí, se distinguía perfectamente una flecha que señalaba al final del sendero, donde emergió una mansión atrapada entre musgo y enredaderas. Lo único que se distinguía de ella era una puerta de color oscuro, quizás negro.

Empujo la puerta, la voz que susurra viene del interior, me llama con una insistencia apremiante, con desesperación…como si quien me llamara me necesitara urgentemente.
Por dentro todo está limpio, los muebles son preciosos, antiguos y de un gusto exquisito. Todo está arreglado como si la casa estuviera esperando visita. Y están todas las lámparas de gas encendidas.
La voz viene de arriba.
Subo unas escaleras de mármol rojo, despacio, midiendo los peldaños, observando los cuadros tan extraños que hay colgados en las paredes, todos representan lo mismo, la vivienda vista desde distintos ángulos. En el último lienzo, al final de la escalera, se observa la fachada principal con la puerta oscura, casi negra, y justo por ella entra alguien… yo.
Sigo adelante y me encuentro en la segunda planta, la voz viene de más arriba todavía. Sigo subiendo. En el segundo tramo hay más cuadros, ahora en ellos se ve el interior de esta, y al igual que antes en distintos ángulos. Me detengo de nuevo en el último donde se representa el final de la escalera, y allí en lo alto, otra vez aparezco yo.
La voz proviene del desván. Me separa de él unas escaleras de madera vieja. Continúo subiendo hechizada por ese susurro que cada vez se oye mejor. Esta vez no se repite la extraña colección de cuadros, sólo hay uno al lado de la misma puerta del desván. En él se representa esta misma puerta, pero con la diferencia de que está abierta, y dentro vuelvo a aparecer yo, pero no sola, a mi lado hay alguien, no sé quién es. Viste entero de negro y oculta su rostro con la cabeza agachada. A su lado hay un objeto que no distingo.
Adelanto un paso y entro en el desván. Allí dentro me espera esa voz. Al contrario que el resto de la casa, la estancia no está iluminada, solo la luz de la luna entra por la ventana. Dentro descubro que lo que he imaginado una persona en el lienzo es en realidad un perchero del que cuelga una capa negra, y que el objeto que no distinguía es un fonógrafo. Me acerco. En una esquina hay arañado un nombre, quizá la marca, Arkham. De la campana del fonógrafo brota esa voz que susurra mi nombre sin parar: Lavinia, Lavinia, Lavinia…

De Vanessa B.J.


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